El ritmo de vida que llevamos, nos deja poco tiempo/ánimo/resuello/mojo, para apreciar muchos detalles del día a día.
Solemos ir enfundados en prisas a todos lados. Paso rápido, mirada seria, culo apretado y cierto aire de Lemming. Y así, nos perdemos la sonrisa psicópata del energúmeno que reparte el “20 minutos”, las caras de hastío en el metro, la mueca infecta del recepcionista en el hall, los saludos insustanciales en la oficina, el bufido de asqueo del informático cuando le comentamos que le pasa “no se que al correo”, la mirada asesina del camarero al decirle “perdona, te he dicho sacarina”, y un sin fin de bonitos detalles, que en caso de saber apreciar, enriquecerían nuestras jornadas.
Ayer, en un acto de inconsciencia inexplicable, decidí ataviarme con una camisa, para asistir a una serie de reuniones. El detalle no tendría más historia, de no ser por que, el trajín de la mañana convirtió mi camisa en un burruño infecto, con más arrugas que la voz de Chavela Vargas. Y eso queridos amigos, ¡es un problemón de la hostia! Lo confieso, a mis 30, odio (y evito) planchar… Cuando mi ropa sale de la lavadora es sometida a un estudiado y cuidado proceso de secado, recogida y posterior gestión, que ya quisieran para si los materiales usados en nanotecnología. Lo que sea con tal de evitar el uso de la plancha…
Pero ayer, fue imposible escaquearse. No tenía otra opción, me tocaba planchar, y no algo sencillo señores, no. Me tocaba planchar una camisa. Una tarea digna de ampliar a 13 los trabajos de Hércules. Ríete tu de matar a la hidra de Lerna, o limpiar los establos de Augías. Planchar una camisa de algodón. Eso si que es digno de que te hagan un poema épico.
Pasemos al modo “creo que vivo en una película de Bruce Willis”:
Me descamisé, monté el tinglado, y miré fíjamente a los ojos de caballo loco (la plancha). La señalé desafiante y dije:
-Mira pequeña, vamos a llevarnos bien. Te digo esto como amigo porque si me jodes el plan, detestaría...odiaría tener que matarte. Me jodería. Incluso más que la mayonesa, y sabes como odio la mayonesa"- (Bruce Willis dixit)
Dramatización de mi sesión de planchado
La plancha se mostró impasible ante mi amenaza. Estiré la camisa, primero el cuello me dijo una voz en mi interior. Y empezó la sesión de lucha grecorromana con la camisa, la tabla y la plancha. Pasé a las mangas… El interior de los puños me repitió la vocecilla, y así lo hice. Puños, mangas, espalda… la plancha se deslizaba con aparente docilidad, la camisa danzaba a un lado y otro por la tabla. Todo parecía en orden, hasta que levanté la camisa para ver mi obra de arte, y descubrí que las arrugas se habían unido en menos, pero más acentuadas. Drama, cabreo y balbuceos de niño malcriado.
Y en ese momento, la vocecilla se volvió voz, y con un:
-A ver, quita… de verdad eh? Os dejo solos 10 minutos y morís-
Mi madre me apartó de la plancha, la camisa y el sufrimiento. 4 movimientos de plancha después, aquel burruño de arrugas se había convertido en una camisa de persona normal.
Miré a la planche y le solté un… -Yippy ka hey, hija de puta- (Bruce Willis dixit)
Planchar detalles... esa es la lección del día.
Quiero aprovechar para solicitar a quien corresponda, que se incluya el planchado de camisas en la lista de las bellas artes. Eso, e información para iniciar los trámites para la canonización de mi señora madre.
2 comentarios:
jajaja
Me has hecho pensar que ...si algun dia soy madre no se como me lo voy a montar! :)
A mi es que me quedan muuucho mejor las camisetas! ;)
Algo inventarán digo yo, no? No me creo que esto dure mucho tiempo mas!!!
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