Había llegado el momento de salir. Era difícil explicar como lo sabía, pero lo sabía.
Llevaba ahí dentro bastante tiempo, pero en el estado en que se encontraba, podría haberlo alargado un tiempo más.
La verdad es que se estaba bien ahí dentro. No tenía necesidad de nada, y el ambiente era agradablemente templado aunque algo húmedo. El verdadero problema era el espacio. Al principio, podía moverse a sus anchas, pero poco a poco el espacio libre se había ido reduciendo, con lo que moverse era cada vez mas complicado. Darse la vuelta, un ejercicio antes sencillo, ahora era tarea de titanes.
Admitámoslo, a veces cuesta diferencias si somos nosotros los que crecemos, o es mundo el que se hace pequeño…
Con el paso del tiempo, la opresión fue aumentando hasta volverse agobiante. Intentaba acomodarse dando vueltas sobre si mismo, hasta que un empujón lo abdujo de su agobio. Un segundo empujón volvió a sorprenderlo. Aquello no era normal. Estaba de acuerdo con estar un poco oprimido, pero no con recibir golpes. Y su instinto, supo interpretar aquella situación, como una señal de que la hora de salir había llegado.
Enseguida se dio cuenta de que lo que él quisiese no importaba demasiado, los empujones y apretujones empezaron a multiplicarse a su alrededor como las burbujas de un jacuzzi. Quiso girarse, pero la presión era tal que apenas podía mover los brazos. Irguió la cabeza en busca de una salida, y le pareció encontrarla. Al final de un túnel de humanidad, vio una luz que le indicó sin duda que era su hora, la hora de su salida.
En realidad daba igual si él estaba de acuerdo o no. Todos aquellos empujones lo desplazaban sin remedio hacia lo que le parecía la salida. Los nervios dieron paso a un atisbo de miedo, y es que no sabía exactamente lo que encontraría fuera. Bueno, en realidad solo esperaba encontrar algo de libertad. Después de aquel tiempo de compresión, casi no recordaba lo que era moverse con libertad…
Abandonar aquel lugar no estaba exento de sufrimiento, a medida que se acercaba a la salida, la presión aumentaba, y la luz del exterior le obligaba a entornar los ojos. Una mujer gritaba algo que no alcanzaba a entender, y podía notar como manos ajenas lo tocaban o tiraban de el.
De repente la presión cesó. Sintió que flotaba, su piel se sentía extraña al no notar nada que la presionase. El calor del interior empezó a abandonarlo, y un suave frío avanzaba por su cuerpo. Se encontraba algo mareado y desorientado después de aquel trance desagradable, y sin previo aviso, un bofetón le dio la bienvenida.
-¡Eres un impresentable Marc! ¡Llevo una hora esperándote como una imbécil. Ni se te ocurra volver a llamarme!-.
Y Marc se quedó pasmado en la parada del autobús, viendo como Mónica desaparecía con paso airado al doblar la esquina.
No podía ser, cada vez que cambiaban el horario en primavera le pasaba lo mismo…
La verdad es que se estaba bien ahí dentro. No tenía necesidad de nada, y el ambiente era agradablemente templado aunque algo húmedo. El verdadero problema era el espacio. Al principio, podía moverse a sus anchas, pero poco a poco el espacio libre se había ido reduciendo, con lo que moverse era cada vez mas complicado. Darse la vuelta, un ejercicio antes sencillo, ahora era tarea de titanes.
Admitámoslo, a veces cuesta diferencias si somos nosotros los que crecemos, o es mundo el que se hace pequeño…
Con el paso del tiempo, la opresión fue aumentando hasta volverse agobiante. Intentaba acomodarse dando vueltas sobre si mismo, hasta que un empujón lo abdujo de su agobio. Un segundo empujón volvió a sorprenderlo. Aquello no era normal. Estaba de acuerdo con estar un poco oprimido, pero no con recibir golpes. Y su instinto, supo interpretar aquella situación, como una señal de que la hora de salir había llegado.
Enseguida se dio cuenta de que lo que él quisiese no importaba demasiado, los empujones y apretujones empezaron a multiplicarse a su alrededor como las burbujas de un jacuzzi. Quiso girarse, pero la presión era tal que apenas podía mover los brazos. Irguió la cabeza en busca de una salida, y le pareció encontrarla. Al final de un túnel de humanidad, vio una luz que le indicó sin duda que era su hora, la hora de su salida.
En realidad daba igual si él estaba de acuerdo o no. Todos aquellos empujones lo desplazaban sin remedio hacia lo que le parecía la salida. Los nervios dieron paso a un atisbo de miedo, y es que no sabía exactamente lo que encontraría fuera. Bueno, en realidad solo esperaba encontrar algo de libertad. Después de aquel tiempo de compresión, casi no recordaba lo que era moverse con libertad…
Abandonar aquel lugar no estaba exento de sufrimiento, a medida que se acercaba a la salida, la presión aumentaba, y la luz del exterior le obligaba a entornar los ojos. Una mujer gritaba algo que no alcanzaba a entender, y podía notar como manos ajenas lo tocaban o tiraban de el.
De repente la presión cesó. Sintió que flotaba, su piel se sentía extraña al no notar nada que la presionase. El calor del interior empezó a abandonarlo, y un suave frío avanzaba por su cuerpo. Se encontraba algo mareado y desorientado después de aquel trance desagradable, y sin previo aviso, un bofetón le dio la bienvenida.
-¡Eres un impresentable Marc! ¡Llevo una hora esperándote como una imbécil. Ni se te ocurra volver a llamarme!-.
Y Marc se quedó pasmado en la parada del autobús, viendo como Mónica desaparecía con paso airado al doblar la esquina.
No podía ser, cada vez que cambiaban el horario en primavera le pasaba lo mismo…