Domingo.
10 AM. Llego a mi casa hecho unos zorros. El mundo es una nebulosa que se mueve ante mis ojos.
Preparo café, aún no se como. Da igual, tampoco soy capaz de decir si me gusta o no. Algunas partes de mi cerebro parecen estar desconectadas. Mi hermano pequeño me recuerda que TENGO que llevarlo a su partido de fútbol (aaaargh!).
Creo que en mi deambular por la cocina como algo, no estoy seguro. Puede que una ducha me despeje…
10:30 AM. No, la ducha no me despeja. Mientras me seco y me visto frente al espejo, descubro con horror mi mirada perdida, la boca entreabierta, unas ojeras impúdicas, la tez blanquecina, y de mi garganta, solo salen sonidos guturales indescifrables… ¡Me he convertido en un zombi!
10:45 AM. Subo al coche. Mi hermano (11) me mira con una mezcla de desconfianza y aprensión. Parece preguntarse ¿De mayor seré así? Le gruño y deja de mirarme.
11:00 AM. Llegamos al campo de fútbol. Mi hermano se pierde en los vestuarios, y yo me quedo en las gradas. Hace sol, demasiado. Oculto mi mirada tras unas gafas de sol, y me dirijo al Bar. Un café por favor (tampoco me sabe a nada). Cuando voy a pagar, algo llama terriblemente mi atención. Es un olor delicioso y tentador, que parece salir de la cabeza de la camarera me hipnotiza. En mi descerebrado estado, no puedo resistir la tentación, y meto mi dedo índice en la oreja de la sorprendida chica. Acto seguido lo chupo (no sabe a nada).
Acto seguido la camarera me de da un guantazo (no siento dolor).
Acto seguido salto la barra, le rompo el cuello y sorbo su cerebro (¡esto si sabe a algo!). Textura ligera, con aroma a coche nuevo. Puedo notar trazas de éxtasis y alcohol. Regusto a libros de Stephenie Meyer, que apenas le dan consistencia.
11:15 AM. De vuelta a las gradas. Las manchas de sangre en mi cara y camisa me dan un aire flamenco de lo más llamativo. La gente me mira extrañada, pero no hace preguntas (hoy doy gracias por la actitud reservada y distante de los catalanes). Parece que alguien comenta que hay barra libre en el Bar.
11:20 AM. Empieza el partido. Yo quiero que se acabe ya, el sol me molesta terriblemente. Los padres y tutores de los niños empiezan su ritual de insultos al árbitro, descalificación de los jugadores (niños) del equipo rival, y cante por saetas, all in one.
11:50 AM. Medio tiempo. Se que he estado mirando al campo, pero no he prestado atención al resultado. Para mí son 22 cerebros corriendo tras un balón (eso si, se nota que estudian la ESO). Desde el pitido inicial, en las gradas apenas huele a cerebro.
Un padre (o tutor) se acerca a mí para preguntarme cual de los niños que juegan es el mío. Miro fijamente su frente
-¿Usted tiene estudios?- Le pregunto.
Extrañado, me responde que estudió filología checa. Me sirve. Lo reduzco entre las gradas, y sorbo su cerebro. Consistencia universitaria, con trazas de cannabis revenido, y en la retronasal pueden notarse un par de libros atravesados… mmm… típico de la cosecha del 64.
12:00 PM? AM?. Empieza la segunda parte.
12:10 PM. Menudo peñazo.
12:30. Se oyen gritos, alguien ha encontrado al filólogo. Acaba el partido el partido, los niños se van al vestuario. Me acerco al árbitro, su cerebro huele “como fresco”.
-¿De que trabaja?- Inquiero sin introducción alguna.
-Soy árbitro y periodista- Responde sorprendido.
-¿Sección de política?- Pregunto con cara de asco.
-No, deportes- Me contesta.
Perfecto. Lo noqueo, lo arrastro a la entrada de los vestuarios y me deleito con su cerebro. Ligero, algo superficial y ahumado. Pero con un toque chisposo. Creo que ha leído menos de lo que cree y más de lo que debería… Pero me gusta.
12:50 PM. Mi hermano sale de los vestuarios (¡al fin!). Me pregunta por el revuelo de ambulancias.
-La gente… que es muy descerebrada- Respondo mientras lo meto a empujones en el coche.
13:05 PM. Mi caaaaaaama…