Corría el año 1997, y yo aterricé en Barcelona procedente de México. Por estos lares, Indurain anunciaba su retirada, Katrina & the Waves ganaba eurovisión, Diana de Gales palmaba en París, y Alejandro Sanz nos machacaba en la radio. La tele no estaba mejor. Entre otros maltratos, la gente se veía sometida a suplicios tales como; Cita con Apeles, Moros y Cristianos, Sinceramente Ana Rosa, Medico de familia, y Sorpresa sorpresa…
A la vista de esto, uno enseguida se da cuenta de que el país necesitaba un héroe.
Llegué a vivir a casa de mi abuela (cuyo nombre en clave era “iaia”). Un personaje complicado, y que enseguida se convirtió en el primero de mis archienemigos. En apariencia era un ser poco problemático, pero ocultaba un lado oscuro y algo retorcido. La primera de nuestras charlas fue la siguiente:
-Dime que no te gusta comer, para saberlo.-
-mmm… pues no se. La coliflor no me apasiona.-
Al día siguiente un humeante plato de coliflor sonreía ante mí en la mesa. Una abierta declaración de intenciones. Su tarea era básicamente intentar neutralizar mis superpoderes de viernes a domingo. De mis superpoderes puedo deciros poco, por que entran temas de secreto de estado. Nuestra guerra fraticida se alargaría durante el divertido año en que convivimos. No olvido su voz los domingos a las 9AM ofreciéndome un zumito de naranja, con voz siseante, sabiendo que me había acostado a las 7. O su relación con mi otro archienemigo. El padre Silverio, mi tutor en el instituto.
Por azares del destino, acabé cursando el COU en un colegio de curas. Y de entre todos ellos, el Padre Silverio era el encargado de que yo, entre porro y porro, aprobase la selectividad y me convirtiese en mejor persona (de la que ya era por supuesto).
El Padre Silverio en si, era una persona amable y paciente el 99% del tiempo. En el 1% restante, se convertía en una persona más agresiva y algo alterada. La razón no era otra que mi abuela. La buena mujer descubrió, que si se acercaba al despacho del padre Silverio y le contaba aventuras ficticias sobre mí, mi vida se volvía mucho mas entretenida. Así que, en cuanto hacía algo que no gustaba a mi abuela, ella acudía a contar una versión Hollywoodiense de los hechos al padre Silverio, y éste, cargado de caridad cristiana para con mi abuela, actuaba como brazo armado de la iglesia contra mí. Todo esto desembocó en situaciones dantescas como cuando me gritó a la puerta de la escuela:
El caso es que mi abuela no quería que hiciese teatro, y fue a decirle al pater Silver, que yo salía con tres chicas y que no paraba en casa, haciéndola sufrir mucho. La realidad es que las tres chicas eran las tres directoras de teatro, a las cuales jamás toqué un muslo. De este modo unían sus fuerzas contra mi…
Así las cosas, mi abuela nos dejó hace casi dos años, y ahora lo ha hecho el padre Silverio. Sé que lo normal en un superhéroe es desear la desaparición de sus enemigos. Pero siempre he pensado que los enemigos hacen que nos definamos más. De aquel año, él único enemigo que me queda es la guardia urbana, que me multaba por “miccionar” en un portales de entidades bancarias, o llevar en los bolsillos cosas que un joven sano se supone no debería llevar, pero no tengo fe en la desaparición de la urbana.
Así que hoy durante la misa, reflexionaré sobre si tengo o no más archienemigos, y de si esto no será una señal de que toca ir madurando.
PD: Si en “donde quiera que estéis” coincidís con Compay Segundo, hacedle saber de mi admiración.