Porque el mundo es bonito, hasta vomitar.

24 marzo 2011

Historia ultrarresumida de la humanidad

Los seres humanos nos caracterizamos por tres cosas. Los pulgares oponibles, la querencia por el folleteo, y por tener miedo a lo nuevo.

Ambas-tres cosas son tan antiguas como la prostitución (o más), y con ellas podemos explicar en un flis flas y bastante mal, la:

Historia ultrarresumida de la humanidad

Éramos monos, afrontémoslo. Comíamos la fruta sin pelar, nos quitábamos las pulgas y piojos con los dedos (nos los comíamos ¡Guarros!), y zanganeábamos por el monte. Vamos, que durante muchos años, vivimos un agosto eterno. Pero ¡oh queridos míos! un día desarrollamos el pulgar oponible. Un dedo, que al poder tocar a todos los demás desde la punta hasta su base, lo cambiaría todo. A partir de ahí, el uso de herramientas se estandarizó, evolucionó, y nos preparó para el futuro uso de un iPhone con una sola mano, con eso lo digo todo.



El uso de herramientas, nos proporcionó ventajas competitivas frente a otros bichejos que rondaban, y eso, sumado a nuestra querencia por el folleteo, hizo aumentar burrencialmente nuestra presencia en el planeta. Para que os hagáis una idea del éxito que hemos tenido como especie, existen más personas como Belén Esteban, las princesas de barrio, o Sergio Ramos, que ejemplares de leopardo de las nieves (un escalofrío recorre mi espalda).

 Escasea más que las chonis

Y llegamos al miedo a lo nuevo. Nos persigue desde siempre. No quiero imaginar la de guantazos que se llevó el primer listo que propuso el trueque. La historia occidental, está perlada de ejemplos de lo mismo, gracias a la siempre valiosa aportación de la iglesia católica a la ciencia. Desconfiamos de lo nuevo, desde nuestros orígenes, pasando por la revolución industrial, la aparición de los badulaques 24h, y el 3D en el cine. Somos así.

 Esto y más cosas en vuestro badulaque más cercano

Con el tiempo, desarrollamos el concepto de “mal necesario”. Es decir, esto no lo entiendo, me da yuyu y tal… pero hace mi vida más fácil. Así que lo acepto como “mal necesario”. Y ahí aparecieron conceptos como el coche, el blandiblú, los preservativos sabor chocolate y la energía nuclear… Si, todo este post es una gran farsa para dar mi sesgada, partidista y neocolonialista opinión sobre la energía en general.

Lo primero es decir que las “energías limpias” no existen, son los padres. Como limpias, las nuclear es la que emite menos CO2 a la atmosfera. Existen las renovables (que no quiere decir que no tengan impacto ambiental), si. Pero ¿a donde van las placas solares que ya no se usan? ¿Están hechas de azúcar? ¿A que huelen las nubes?
Lo segundo, actualmente, sin nucleares, bye bye al mundo que conocemos. Eso de usar luz en casa, cargar el iPod (que usamos con una mano), los ascensores y los arbolitos de navidad… meeec, fuera. Así que deberíamos modificar los slogans: Nucleares (así) NO.

Somos Spain, afrontémoslo. Compramos energía a otros países, por que producimos menos de la que consumimos (importamos mas del 70%). De la que producimos, el 45% es de origen nuclear.

Si a lo que tememos es a la muerte, propongo empezar por algo más práctico.
El tabaco mata a mas gente que las nucleares en España (y en el mundo), y no nos aporta nada positivo (los impuestos nos los sacarán de otro lado).
Prohibamos el tabaco, después los coches que vayan a gasolina, la laca, y las declaraciones de Mourinho. Cuando acabemos con eso, nos ponemos con las nucleares.

Y un beso para Japón (el tema nuclear nos hace olvidar que el drama de verdad, de momento, es por un Tsunami...)

17 marzo 2011

Planchando detalles

El ritmo de vida que llevamos, nos deja poco tiempo/ánimo/resuello/mojo, para apreciar muchos detalles del día a día.
Solemos ir enfundados en prisas a todos lados. Paso rápido, mirada seria, culo apretado y cierto aire de Lemming. Y así, nos perdemos la sonrisa psicópata del energúmeno que reparte el “20 minutos”, las caras de hastío en el metro, la mueca infecta del recepcionista en el hall, los saludos insustanciales en la oficina, el bufido de asqueo del informático cuando le comentamos que le pasa “no se que al correo”, la mirada asesina del camarero al decirle “perdona, te he dicho sacarina”, y un sin fin de bonitos detalles, que en caso de saber apreciar, enriquecerían nuestras jornadas.

Ayer, en un acto de inconsciencia inexplicable, decidí ataviarme con una camisa, para asistir a una serie de reuniones. El detalle no tendría más historia, de no ser por que, el trajín de la mañana convirtió mi camisa en un burruño infecto, con más arrugas que la voz de Chavela Vargas. Y eso queridos amigos, ¡es un problemón de la hostia! Lo confieso, a mis 30, odio (y evito) planchar… Cuando mi ropa sale de la lavadora es sometida a un estudiado y cuidado proceso de secado, recogida y posterior gestión, que ya quisieran para si los materiales usados en nanotecnología. Lo que sea con tal de evitar el uso de la plancha…

Pero ayer, fue imposible escaquearse. No tenía otra opción, me tocaba planchar, y no algo sencillo señores, no. Me tocaba planchar una camisa. Una tarea digna de ampliar a 13 los trabajos de Hércules. Ríete tu de matar a la hidra de Lerna, o limpiar los establos de Augías. Planchar una camisa de algodón. Eso si que es digno de que te hagan un poema épico.


Me descamisé, monté el tinglado, y miré fíjamente a los ojos de caballo loco (la plancha). La señalé desafiante y dije:
-Mira pequeña, vamos a llevarnos bien. Te digo esto como amigo porque si me jodes el plan, detestaría...odiaría tener que matarte. Me jodería. Incluso más que la mayonesa, y sabes como odio la mayonesa"- (Bruce Willis dixit)

 Dramatización de mi sesión de planchado

La plancha se mostró impasible ante mi amenaza. Estiré la camisa, primero el cuello me dijo una voz en mi interior. Y empezó la sesión de lucha grecorromana con la camisa, la tabla y la plancha. Pasé a las mangas… El interior de los puños me repitió la vocecilla, y así lo hice. Puños, mangas, espalda… la plancha se deslizaba con aparente docilidad, la camisa danzaba a un lado y otro por la tabla. Todo parecía en orden, hasta que levanté la camisa para ver mi obra de arte, y descubrí que las arrugas se habían unido en menos, pero más acentuadas. Drama, cabreo y balbuceos de niño malcriado.

Y en ese momento, la vocecilla se volvió voz, y con un:

-A ver, quita… de verdad eh? Os dejo solos 10 minutos y morís-

Mi madre me apartó de la plancha, la camisa y el sufrimiento. 4 movimientos de plancha después, aquel burruño de arrugas se había convertido en una camisa de persona normal.

Miré a la planche y le solté un… -Yippy ka hey, hija de puta- (Bruce Willis dixit)

Planchar detalles... esa es la lección del día.
Quiero aprovechar para solicitar a quien corresponda, que se incluya el planchado de camisas en la lista de las bellas artes. Eso, e información para iniciar los trámites para la canonización de mi señora madre.

03 marzo 2011

En el ojo ajeno

Cada día estoy más convencido de que somos nuestras circunstancias (y lo que hacemos con ellas).

Yo mismo, por ejemplo, me tengo por un chico normal, poco estridente, que sabe leer, escribir y hastaincluso atarse los zapatos medianamente bien.

En el trabajo, se me considera un tipo duro, y sin compasión. De esos que no vacilan en utilizar sus vastos (y bastos) conocimientos para hacer el bien, salvar el mundo, amedrentar ancianas y/o rescatar gatitos.
(Por favor, si algún compañero de trabajo lee esto, ¡Callad! O me vengaré en nuestro curso de “acicalar caniches”).

Para mi familia, soy un faro, una luz, una guía. Mis pobres hermanos han crecido bajo la sombra alargada y espesa de escuchar a mi madre sollozarles; “Si me quisieras, serías como tu hermano mayor”.

Entre mis amigos, me mimetizo (más por educación que por gusto), hasta convertirme (como ellos), en un bulto alcoholizado que se arrastra por los locales más sórdidos, desagradables y faltones de la ciudad. Pidiendo teléfonos a universitarias erasmus que han perdido el norte. Es triste, pero mis amigos justifican que alguien tiene que hacerlo, no se que de la cadena trófica dicen…

 Os juro que es la primera imagen de Google para "chica erasmus"

Pero quien se lleva la peor parte es una de mis vecinas. Una pobre señora entrada en años, quien, por el modo en que se mezclan nuestros horarios, siempre me ve en chándal, cual yonki venido a menos. Nos vemos siempre en mis horarios de salir a entrenar, o lo que es peor, a la vuelta.
Mi cara siempre está desencajada, ya sea por que llego tarde (un clásico), o por que vuelvo destrozado.
Su cara, al cruzarse conmigo en las escaleras, con mi chándal, nervioso, agotado, sudado y con prisas… Es esa mezcla entre horror, asco, y repulsa, que las ancianas saben mezclar tan bien con la lástima. Estoy convencido de que ella, en su cruel imaginario de señora mayor, me imagina vendiendo papelas en alguna esquina del barrio. En su mente soy la versión chandalera, masculina, y con mala voz de Amy Winehouse.

 Este soy yo según mi vecina...

Si, amigos, todo eso soy según las circunstancias. Ah claro, lo olvidaba, como me ven los bloggers..? Bueno, eso os lo dejo a vosotros...