El éxito es un término muy ambiguo. No existe una tabla o una regla para medir el éxito, y no hablo solo de su magnitud, es difícil determinar si simplemente algo tiene o no éxito.
Esto que digo no tiene ningún mérito, cualquiera que se pare a pensar un poco acerca del éxito, se dará cuenta de que algo que para él es un éxito, para su vecina, su abuela o el vendedor de cupones, no lo es. Esta propiedad de éxito es transitiva, y podemos verlo estos días en la TV, en el debate del estado de la nación. Para los que mandan, todas sus acciones son éxitos sin paliativos, y para los que querrían mandar, todo es un desastre.
Yo llevo un par de meses pensando en esto del éxito, y no por que yo sea precisamente una persona exitosa. Al contrario, tiendo al desastre, al inacabado y a la inconstancia, y para muestra, las actualizaciones de este blog; dispersas, discontinuas y escasas.
Hace unos meses, me rebelé en contra de mi inconsistencia creativa, y presenté un diseño para la camiseta de la universidad. Cosas de la vida y del gusto de mis compañeros, ¡oh maravilla! resulté ganador. Un éxito, pensé al momento. Mi diseño relucirá en los torsos, espaldas y pechos de mis compañer@s. Por primera vez, algo creado por mi será de dominio público. Me cruzaré por la calle con desconocidos, que sin saberlo, llevarán puesta una pizca de mi creatividad (la reparto a pizcas, por que dispongo de poca). Mis camisetas (si, las considero mías ¿Que pasa?) serán testigos silenciosos de viajes, situaciones incómodas, discusiones, sesiones de sexo salvaje...
(Aclaro que no soy un fetichista, simplemente me emocioné)
Pero el destino, tenía sus propios planes para las camisetas, y 300, entre ellas todas las de chica, fueron “sustraídas” del almacén de la universidad. ¡Oh desgracia! pensé. Mi plan para dominar el look de los pechos en el campus, contaba con 300 soldados menos. Y eso, cuando tu ejercito es de 1000 soldados, es mucho. Además ¿alguien conoce mejor escaparate que los pechos en verano?
Me resigné como solo sabemos hacerlo los amateurs, y seguí a lo mío que es la vida contemplativa.
Debió pasar una semana desde del robo, y empezaron a verse camisetas por el campus. Me hacía ilusión verlas, pero admito que aún pensaba en las perdidas. Hasta que una tarde, regresando a casa, el destino dio otro giro de tuerca a esta historia insulsa de robos. Cruzaba por el barrio gitano de Lérida, y pude ver a dos mujeres entradas en años y carnes, embutidas en dos de las camisetas. No solo eso, sino que las cuatro o cinco niñas que las acompañaban, lucían sendas camisetas varias tallas grandes para ellas. Y ahí, viendo aquella especie de demostración de para que tallas no estaban pensadas aquellas prendas, empecé a pensar en el éxito. Y es que por más que sean robadas, las camisetas son para ser usadas, así que gracias a un mangui cutre, mis camisetas llegarán a donde antes no habrían llegado nunca.
Un éxito, sin duda...