Porque el mundo es bonito, hasta vomitar.

31 marzo 2008

Salida

Había llegado el momento de salir. Era difícil explicar como lo sabía, pero lo sabía.
Llevaba ahí dentro bastante tiempo, pero en el estado en que se encontraba, podría haberlo alargado un tiempo más.
La verdad es que se estaba bien ahí dentro. No tenía necesidad de nada, y el ambiente era agradablemente templado aunque algo húmedo. El verdadero problema era el espacio. Al principio, podía moverse a sus anchas, pero poco a poco el espacio libre se había ido reduciendo, con lo que moverse era cada vez mas complicado. Darse la vuelta, un ejercicio antes sencillo, ahora era tarea de titanes.
Admitámoslo, a veces cuesta diferencias si somos nosotros los que crecemos, o es mundo el que se hace pequeño…

Con el paso del tiempo, la opresión fue aumentando hasta volverse agobiante. Intentaba acomodarse dando vueltas sobre si mismo, hasta que un empujón lo abdujo de su agobio. Un segundo empujón volvió a sorprenderlo. Aquello no era normal. Estaba de acuerdo con estar un poco oprimido, pero no con recibir golpes. Y su instinto, supo interpretar aquella situación, como una señal de que la hora de salir había llegado.

Enseguida se dio cuenta de que lo que él quisiese no importaba demasiado, los empujones y apretujones empezaron a multiplicarse a su alrededor como las burbujas de un jacuzzi. Quiso girarse, pero la presión era tal que apenas podía mover los brazos. Irguió la cabeza en busca de una salida, y le pareció encontrarla. Al final de un túnel de humanidad, vio una luz que le indicó sin duda que era su hora, la hora de su salida.



En realidad daba igual si él estaba de acuerdo o no. Todos aquellos empujones lo desplazaban sin remedio hacia lo que le parecía la salida. Los nervios dieron paso a un atisbo de miedo, y es que no sabía exactamente lo que encontraría fuera. Bueno, en realidad solo esperaba encontrar algo de libertad. Después de aquel tiempo de compresión, casi no recordaba lo que era moverse con libertad…


Abandonar aquel lugar no estaba exento de sufrimiento, a medida que se acercaba a la salida, la presión aumentaba, y la luz del exterior le obligaba a entornar los ojos. Una mujer gritaba algo que no alcanzaba a entender, y podía notar como manos ajenas lo tocaban o tiraban de el.

De repente la presión cesó. Sintió que flotaba, su piel se sentía extraña al no notar nada que la presionase. El calor del interior empezó a abandonarlo, y un suave frío avanzaba por su cuerpo. Se encontraba algo mareado y desorientado después de aquel trance desagradable, y sin previo aviso, un bofetón le dio la bienvenida.

-¡Eres un impresentable Marc! ¡Llevo una hora esperándote como una imbécil. Ni se te ocurra volver a llamarme!-.

Y Marc se quedó pasmado en la parada del autobús, viendo como Mónica desaparecía con paso airado al doblar la esquina.

No podía ser, cada vez que cambiaban el horario en primavera le pasaba lo mismo…


03 marzo 2008

La nocturnidad y las ratas

Hace semanas que una rata pasea por mi jardín.
La muy jodida mordisquea los bulbos que planto y, tiene acojonada a mi perra que ya no se atreve a acercarse a los arbustos de una de las esquinas del jardín.

Ayer por la noche, mientras tendía la ropa (si, cada quién se acuerda de poner las lavadoras cuando quiere), la vi paseando descuidadamente por la valla que separa mi casa de la del vecino (con el que no nos llevamos precisamente bien). Silenciosamente, me alejé del tendedero, y armado con una escoba me acerqué a la valla sobre la que estaba encaramada. Solté un escobazo en la oscuridad, pero la rata algo más ágil que yo (aún no he acabado de pagar los turrones en el gimnasio) se escabulló a través de los agujeros de la valla, y se coló en el terreno del vecino.
Maldije en varios idiomas, y presa de la rabia (ya sabéis eso de el odio, el miedo y el lado oscuro) decidí ir a por ella. Me asomé por la valla, y pude verla remolonear por el jardín del vecino. Salté la valla (el cabreo da alas) y escoba en mano la perseguí, pero la muy cobarde se escondió bajo el coche de mi vecino.

Llegado a este punto, me hervía la sangre. Uno puede tolerar las huelgas de los autobuseros, el cambio climático e incluso los debates televisados, pero nunca que una rata lo humille. Me agache, y pude verla feliz y despreocupada debajo de uno de los ejes. Me miraba burlona, mientras frotaba su morro con las patas, sabiendo que no podía llegar hasta ella. Miré a mi alrededor, y lo vi claro. Eso tenía que acabar. Me armé con una garrafa de gasolina, dibujé un círculo (algo imperfecto) alrededor del vehículo, y entre risas macabras y aullidos (algo sincopados) prendí fuego a la rata y sin mala intención al coche de mi vecino.

Lo que viene después no lo entiendo. Mi vecino salió de su casa hecho un energúmeno, vociferando y gesticulando como si se acabase el mundo. Intenté explicar lo de la rata pero no quiso atender a razones. Otro de mis vecinos al ver lo ocurrido me ha decidido guardar el coche bajo techo, y ahora tiene un perro paseando por el jardín (por si se me ocurre saltar dice el).

¿Acaso quieren tener ratas en casa?
Lo que hice, fue por el bien común. ¡Nadie quiere ratas en su casa!

Por su actitud, empiezo a sospechar de que o mis vecinos crían ratas en sus casas o les gustan mucho.


La rata

La policía no lo ve claro. Aparte del evidente coche quemado, que confirma la denuncia de mi vecino, ha encontrado el cadáver de la rata, lo que confirma mi teoría. Estamos a la espera del juicio (en una tal Haya), en el que imagino me absolverán. Ya que el presidente de la comunidad es amigo mío y me ha dicho que testificará a mi favor diciendo que hay una plaga de ratas insoportable.


Mi vecino

Yo de verdad, que a veces no entiendo a la gente…